sábado, 23 de enero de 2010

Los que olvidan el pasado

Se ha dicho que “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetir sus tragedias” (Marco Tulio Cicerón). También cabe la pregunta acerca de qué sucederá con los pueblos que falsifican su historia hasta hacer del pasado algo irreconocible.

En la actualidad, en la Argentina, la figura histórica más influyente es la de Juan D. Perón. Incluso los políticos opositores al peronismo pocas veces se atreven a referirse el líder fundador ya que ello podrá costarles una pérdida de posibles votos provenientes del sector peronista.

Sus seguidores lo presentan casi como a un santo que trató de mejorar la situación de los pobres, mientras atribuyen a la oposición (la oligarquía) haber impedido ese noble objetivo debido a la natural perversidad de ese sector. La descalificación de la oposición aseguraría el éxito inmediato, incluso asociándola al imperialismo yankee, con quien se la identificaría.

Para entender el peronismo de las primeras etapas, podría hacerse una analogía con Hugo Chávez, el presidente de Venezuela. Mientras que Chávez trata de revivir el fracasado socialismo, para convertirse en un líder Latinoamericano, comprando armas, influyendo en países vecinos y creando fuertes divisiones internas entre partidarios y opositores, Perón trató de revivir al fascismo-nazismo derrotado en la Segunda Guerra Mundial, tratando de convertirse en un líder Latinoamericano, comprando armas, y todo lo demás. No es difícil advertir que ambos responden a perfiles psicológicos que tienen cierta similitud. Mauricio Rojas escribe: “En el fascismo europeo Perón había encontrado la fórmula mágica que, según creía, podría transformar la Argentina en una nación poderosa capaz de afirmar su independencia contra todo y todos. La influencia fascista se tornó visible en las ideas de Perón sobre una sociedad corporativa –la “comunidad organizada”, como la llamaría‒ basada en la cooperación, controlada por el Estado, entre los diferentes grupos e intereses de la sociedad. Lo mismo sucedió con la idea de un desarrollo económico introvertido con un espíritu de autosuficiencia o autarquía tan típico del totalitarismo del momento” (De “Historia de la crisis argentina” – Editorial Distal – Buenos Aires 2004)

El propio Perón expresa: “Me ubiqué en Italia entonces. Y allí estaba sucediendo una cosa: se estaba haciendo un experimento. Era el primer socialismo nacional que aparecía en el mundo. No entro a juzgar los medios, que podían ser defectuosos. Pero lo importante era esto: en un mundo ya dividido en imperialismos, ya flotantes, y un tercero en discordia que dice: No, ni con unos ni con otros, nosotros somos socialistas, pero socialistas nacionales. Era una tercera posición entre el socialismo soviético y el imperialismo yankee. Para mí ese experimento tenía un gran valor histórico. De alguna manera uno ya estaba intuitivamente metido en el futuro, estaba viendo qué consecuencias tendría ese proceso” (Citado en “Crítica de las ideas políticas argentinas” de Juan José Sebreli – Editorial Sudamericana SA – Buenos Aires 2002)

Como buen demagogo, Perón creó una gran división en el pueblo. Puede decirse incluso que creó las condiciones para una guerra civil. Juan José Sebreli escribió: “La discusión entre dos ideas distintas, la tolerancia hacia el otro, esencial para hablar de una vida democrática y pluralista, hubiera sido inconcebible en el peronismo, que dividía la sociedad en términos antagónicos, irreconciliables, patria-antipatria, pueblo-oligarquía, nación-imperialismo; la contraposición entre ‘nosotros’ y ‘ellos’ era constante en el discurso peronista”.

Como en todo régimen totalitario, existió una tendencia al partido único. Juan José Sebreli escribe: “La pluralidad política quedaba, de ese modo, anulada porque el justicialismo en tanto doctrina nacional se identificaba con el ‘ser nacional’; en consecuencia, quien no la acatara se hacía pasivo del delito de traición a la patria”. Incluso Perón afirmó: “El que está contra el peronismo está contra la patria”.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el gobierno peronista admite la entrada al país de gran cantidad de exiliados nazis, varios de los cuales asesoran a Perón. Raúl Damonte Taborda escribe: “Perón atacó a todos los dirigentes civiles de la Argentina, como a los causantes, desde 1810, de los males nacionales. Los políticos habrían vendido al país, esclavizado a la clase obrera, entregado la Nación al imperialismo inglés y norteamericano. Con la prensa, la universidad y los partidos amordazados, con los gremios intervenidos y sus dirigentes en la cárcel, Perón repitió esas consignas por la radio, los diarios y la propaganda impresa, una y millares de veces. Aplicaba la técnica hipócrita de Hitler, campeón de las clases sometidas y los pueblos pobres, contra el capitalismo, la democracia, el individualismo, el catolicismo y el judaísmo internacional” (De “Ayer fue San Perón” – Ediciones Gure– Bs.As. 1955).

Si consideramos el ideal sanmartiniano de la lucha por la liberación de los pueblos como el ideal representativo de la Argentina, es fácil advertir que los ideales peronistas son totalmente opuestos. Bajo el peronismo se buscó la subordinación de países vecinos para formar parte de un nuevo régimen nazi-fascista. Perón expresó el 8 de marzo de 1951: “En la historia universal la supervivencia pertenece a los pueblos guerreros, porque la humanidad ha vivido permanentemente en la lucha y porque en la vida de las naciones existen etapas heroicas que imponen todos los sacrificios para que la patria siga viviendo. Estas etapas son intransitables para algunos pueblos”. Mientras que en el Manifiesto del GOU, grupo de coroneles liderados por Perón, se expresa: “Jamás un civil comprenderá la grandeza de nuestro ideal…conquistado el poder, nuestra única misión será ser fuertes. Más fuertes que todos los otros países unidos…La lucha de Hitler en la paz y en la guerra nos servirá de guía….Las cinco naciones unidas (Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay), atraerán fácilmente al Brasil, debido a su forma de gobierno y a los grandes núcleos de alemanes. Caído el Brasil, el Continente Sudamericano será nuestro. Nuestra tutoría será un hecho. Hecho grandioso y sin precedentes…”) (Citado en “Ayer fue San Perón”)

Raúl Damonte Taborda escribe: “Nunca el contra-ideal de la violencia, de agresión, de tiranía, de guerra expansiva ha sido exaltado como un ideal por ningún hombre ni pueblo de América. Eso es lo que hoy entristece y alarma a todos los ciudadanos de todos los pueblos americanos. Un dictador proclama, como lo hicieron Hitler y Mussolini, la crisis de la libertad, de la cultura y del espíritu, lanzando el espionaje y las quintas columnas por encima de sus fronteras, exaltando la guerra como instrumento de la Providencia. ¿No es una inercia incomprensible la de los pueblos del hemisferio, que asisten a los congresos internacionales y se sientan junto a los delegados de Perón, sin denunciarlo ni enjuiciarlo? ¿No existen los instrumentos jurídicos en América para detener la política de agresión peronista? Existen, pero no se aplican. Existen, pero no los ponen en juego, unos, porque tienen miedo. Y otros, porque creen que Perón es un charlatán”.

Algunos de los “consejos” que Perón dio a sus seguidores fueron: “El día que ustedes se lancen a colgar, yo estaré del lado de los que cuelgan” (2/Agosto/1946) “Entregaremos unos metros de piola a cada descamisado y veremos quien cuelga a quién” (13/Agosto/1946). “Con un fusil o con un cuchillo a matar” (24/Junio/1947). “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (8/Septiembre/1947). “Vamos a salir a la calle una sola vez para que no vuelvan más ellos ni los hijos de ellos” (3/Junio/1951). “Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades puede ser muerto por cualquier argentino (…) Y cuando uno de los nuestros caigan, caerán cinco de ellos (…) Que sepan que esta lucha que iniciamos no ha de terminar hasta que los hayamos aniquilado y aplastado” (31/Agosto/1955) (Citados en “Crítica de las ideas políticas argentinas” de Juan José Sebreli).

Mientras que algunos vaticinaban, en las primeras décadas del siglo XX, que la Argentina podría seguir los pasos de Canadá, Australia o incluso de los EEUU, la realidad fue muy distinta. El economista Paul Samuelson escribió: “La democracia evolucionó con tendencia al populismo…Las promesas para favorecer a la importante cantidad de necesitados eran fáciles de hacer, pero la dura realidad de los mecanismos del mercado convierte los intentos de incrementar los índices salariales por decreto en inflación real en lugar de índices netos y sostenibles”. Octavio Carranza agrega: “Es ingenua la creencia, sustentada por los políticos populistas, de que el bienestar general depende de la buena voluntad o de la generosidad de los gobernantes. La paradoja del populismo es que, siendo su intención ayudar a los pobres, en realidad los multiplica a través del decaimiento que resulta del acoso al capital y de la fuga de capitales que ocasiona” (De “Radiografía de los populismos argentinos” – Liber Liberat – Córdoba 2007).

Una vez depuesto, Perón siguió desde España apoyando a grupos subversivos como Montoneros, escribiéndoles mensajes como el siguiente: “Estoy completamente de acuerdo y encomio todo lo actuado. Nada puede ser más falso que la afirmación que con ello ustedes estropearon mis planes tácticos porque nada puede haber en la conducción peronista que pudiera ser interferido por una acción deseada por todos los peronistas (…) Totalmente de acuerdo en cuanto afirman sobre la guerra revolucionaria. Es el concepto cabal de tal actividad beligerante. Organizarse para ello y lanzar las operaciones para ‘pegar cuando duele y donde duele’ es la regla. Donde la fuerza represiva esté: nada; donde no esté esa fuerza, todo. Pegar y desaparecer es la regla porque lo que se busca no es una decisión sino un desgaste progresivo de la fuerza enemiga (…) Pero por sobre todas las cosas han de comprender los que realizan la ‘guerra revolucionaria’ que en esa ‘guerra’ todo es lícito si la finalidad es conveniente” (Citado en “La otra parte de la verdad” de Nicolás Márquez – Buenos Aires 2007)

Los más de 20.000 atentados y los miles de muertos ocasionados a partir de la lucha iniciada por la “juventud maravillosa” de Perón, es otro de los hechos que el país debe “agradecerle”. Cuando regresa en la década de los setenta, debe optar por uno de los grupos peronistas a quienes alentó y utilizó, es decir, debía optar por el que adhería al socialismo nacional (fascismo) o bien por el que adhería al socialismo soviético (marxismo), optando por el primero.

Si bien resulta aconsejable dejar de lado el pasado para mirar hacia el futuro, debemos dejarlo una vez que se ha dicho toda la verdad, o gran parte de ella. Una vez conocida, debemos seguir los pasos (o al menos observarlos) de los pueblos que tuvieron éxito, en lugar de seguir a los que fracasaron rotundamente. En esto parece consistir la diferencia entre los países desarrollados (los que buscan el éxito en forma consciente) y aquellos que no lo son.

miércoles, 20 de enero de 2010

Chávez, el hombre más imprevisible

Por Andrés Oppenheimer

Antes de irme de Venezuela, y luego de intentarlo a través de varios conocidos comunes, logré una entrevista con el hombre que mejor conocía a Chávez: su mentor político y artífice de su ascenso al poder, Miquilena.

Miquilena había sido el padre intelectual de Chávez, el hombre que había organizado su primer viaje a Cuba, el jefe de campaña de su primera victoria electoral de 1998 y su todopoderoso ministro del Interior y presidente del Congreso hasta que había renunciado en 2002, por desacuerdos con su jefe.

Según me contó, se habían conocido poco después de la intentona golpista de 1992, cuando Chávez estaba en la cárcel. Cuando salió, se fue a vivir a la casa de Maquilena, donde permaneció durante cinco años, hasta ganar la presidencia en 1998. “Allí nos sentábamos a soñar de noche, a conversar sobre el país decente, el país humilde, el país sin ladrones, para abatir la miseria totalmente injustificada que el país estaba sufriendo, y sigue sufriendo”, recuerda.

Miquilena se había retirado del gobierno a mediados del 2002, frustrado por el hecho de que Chávez no siguiera su consejo de bajar el tono incendiario de sus discursos, que estaban volviendo en contra cada vez más a los sindicatos, a los empresarios, a la Iglesia y a los militares, y creando cada vez más enemigos del gobierno.

¿”Cómo definiría a Chávez”?, le pregunté a Miquilena. ¿Es un nuevo Castro, un Pinochet disfrazado de izquierdista, o qué? El ex padre intelectual de Chávez, intercalando anécdotas de sus casi diez años de trato diario con el Presidente venezolano, me lo describió como un hombre intelectualmente limitado, impulsivo, temperamental, rodeado de obsecuentes, increíblemente desordenado en todos los aspectos de su vida, impuntual, absolutamente negado para las finanzas, amante del lujo, y por sobre todas las cosas errático.

“Por el conocimiento que tengo de Chávez, es uno de los hombres más impredecibles que he conocido. Hacer cálculos acerca de él es verdaderamente difícil, porque es temperamental, emotivo, errático. Y porque no es un hombre bien amueblado mentalmente, ni un hombre con una ideología definida….está hecho estructuralmente para la confrontación. Él no entiende el ejercicio del poder como el árbitro de la Nación, como el hombre que tiene que establecer las reglas del juego y que tiene que manejar la conflictividad desde el punto de vista democrático. No está preparado para ello”, respondió.

¿Pero no acababa de decirme que Chávez compartía las ideas de Castro? “Sí y no”, respondió. Después de su primer viaje a Cuba en 1994, y del inesperado recibimiento que la había dado Castro, “Chávez decía que era interesante la experiencia de Fidel, que había sido exitosa. (Él veía) el éxito de Fidel como un éxito de orden personal, por el hecho de haber perdurado en el poder. Pero en ese momento, él era perfectamente consciente de que eso (Cuba) no tenía nada que ver con Venezuela, que el mundo de hoy no estaba para ese tipo de cosas”, dijo Miquilena.

“¿Y qué cambió después? ¿Se fue radicalizando con el tiempo?”, pregunté. Miquilena dijo que la dinámica de los acontecimientos fue llevando a Chávez cada vez más cerca de Castro, pero más por motivos que tenían que ver con su temperamento que ideológicos. Quizás, el narcisismo de Chávez lo había llevado a una retórica cada vez más confrontacional –y cercana a Castro- porque eso era lo que le generaba la mayor atención mundial y le permitía proyectarse como un líder político continental. Cuanto más “antiimperialistas” eran sus discursos, más grandes eran los titulares, y más gente en los movimientos de izquierda latinoamericanos lo tomaban en serio. Y, simultáneamente, cuanto más evidente se hacía el deterioro político de Venezuela, más necesitaba de una excusa externa para explicarlo, y nada caía mejor en la región –especialmente con Bush en el poder- que culpar a EEUU por “agresiones” reales e imaginarias. Y, finalmente, “Fidel le había metido en la cabeza desde un principio la idea de que lo iban a matar”, dijo Miquilena. Por eso Chávez comenzó a asesorarse con la guardia personal de Castro y a aceptar gradualmente cada vez más cubanos en sus organismos de seguridad e inteligencia. Cuando se produjo el paro petrolero de 2002, los cubanos habían enviado técnicos e ingenieros para ayudar al gobierno a superar el trance. Y una vez consolidado en el poder, Chávez había aceptado gustosamente los 17 mil maestros y médicos cubanos, que le permitían proveer atención médica y educación en las zonas más rezagadas del país.

Pero Chávez nunca había tenido una ideología muy definida, ni un plan a largo plazo, porque era un hombre fundamentalmente indisciplinado, decía Miquilena. Su estilo de gobernar era casi adolescente. Llamaba a sus ministros pasadas las 12 de la noche para contarles una idea brillante que se le acababa de ocurrir, daba instrucciones para todos lados, todos le decían que sí, y nadie jamás le daba seguimiento a sus órdenes. Después, cuando las cosas no funcionaban, cambiaba los ministros. No era casual que, en cinco años de gobierno, hubiera hecho ochenta cambios de ministros.

“Él está rodeado de los que en el ejército llaman ‘ordenanzas’. No tiene ninguna posibilidad de que haya alguien a su alrededor que lo contradiga”, recordó Miquilena. Arcaya, el ex embajador de Chávez en Washington, que había sido su ministro de Gobierno y Justicia, me había contado poco antes que Chávez solía llamarlo tarde en la noche, a veces hasta las 4 de la mañana, con algún pedido del que casi invariablemente se olvidaba al día siguiente. “Yo le dije una vez: ‘Hugo, el principal causante de la desorganización eres tú’”, recordaba Arcaya. “Él preguntó: ¿porqué dices eso? Bueno, porque le pides a un ministro que te prepare un informe sobre la educación, que te prepare un sancocho, que vaya un momentito a los EEUU a hablar con el banco, que regrese y lleve a los niños a un juego de béisbol. Y eso no se puede hacer. Te van a decir, por supuesto, señor presidente, y después no van a hacer nada”.

Aunque Chávez trataba mucho mejor a Miquilena que al resto de sus ministros, el todopoderoso ministro del Interior también había sufrido las consecuencias del caos en el gobierno. “Es el hombre más absolutamente impuntual que te puedas imaginar, para todo. No tiene un horario para nada, no preside el gabinete, va a su oficina cuando quiere”, recordaba Miquilena. Y trataba pésimo a sus colaboradores. “El trato mismo que les da a sus subalternos es un trato despótico, un trato humillante. Los humilla. A un gobernador, delante de nosotros, altos funcionarios, le dijo en una oportunidad que era una porquería, que no servía para nada, que ‘usted se me va inmediatamente de aquí’”, señaló Miquilena. “Después, reconoce que comete errores, se da cuenta que lo ha hecho mal….pero al rato vuelve a hacerlo”.

En el manejo económico del gobierno, Chávez operaba con total arbitrariedad, como si manejara una hacienda personal. No tiene idea en materia de finanzas. Absolutamente ninguna regla de control. De golpe manda: “Dale la banco tal tanto millones”, decía Miquilena. Pocos días atrás, Chávez había dado un discurso ante el Banco de la Mujer, y le habían presentado un plan que le había gustado. “Esto está muy bueno. Están haciendo una gran labor. ¿Hay algún ministro aquí? ¿Alguien de la Casa Militar? Ah, González, bueno, anótame ahí, para darle 4 mil millones a este banco”, había dicho el presidente venezolano, en una escena televisada por cadena nacional. Y esto sucedía todos los días, decía el ex ministro del Interior.

Antes de dar por terminada la entrevista, no pude menos que volver a plantear la pregunta de fondo, la que me venía haciendo desde mi llegada a Venezuela. ¿Quién tenía razón? ¿Petkoff, que decía que en Venezuela no se estaba gestando una dictadura sino “un proceso de debilitamiento de las instituciones para fortalecer a un caudillo”, o Garrido, que decía que Chávez estaba implementado un plan gradual de control absoluto del poder, perfectamente planeado, que desde un inicio había previsto duraría veinte años a partir de su llegada a la presidencia? “Creo que Garrido supone que Chávez es un hombre ideológicamente estructurado, formado para tomar ese camino. Difiero con él en eso. Creo que lo que tiene Chávez en la cabeza es un revoltillo de cosas, y que se deja llevar por lo que va ocurriendo cada día. Es un hombre puramente temperamental…..Su norte es permanecer en el poder…No tiene la disciplina, ni una teoría clara de adónde va”, concluyó Miquilena.

Poniendo en la balanza lo que decía Petkoff y lo que me había dicho Miquilena en Caracas, me convencí más que nunca de que Chávez era lo que siempre sospeché: un militar intelectualmente rudimentario pero sumamente astuto, aferrado al poder, cuyo éxito político se debía en buena parte a que los precios del petróleo se habían disparado por las nubes durante su mandato. Su mesianismo era casi paralelo a los índices del precio del petróleo. A mediados de 2005, cuando el crudo costaba en más de 60 dólares por barril, Chávez se presentaba como el redentor de Venezuela tras quinientos años de opresión.

Quizá quien me había hecho la mejor descripción ideológica de Chávez era Manuel Caballero, uno de los principales intelectuales de la izquierda venezolana. Al igual que Petkoff y Miquilena, Caballero me había sugerido tomar con pinzas el izquierdismo de Chávez, y verlo más como un militar populista que como un ideólogo de izquierda. Después de observarlo de cerca durante años, Caballero concluyó: “Chávez no es comunista, no es capitalista, no es musulmán, no es cristiano. Es todas esas cosas, siempre que le garanticen quedarse en el poder hasta 2011”.

(Extractos del libro “Cuentos chinos” de Andrés Oppenheimer – Editorial Sudamericana SA – Buenos Aires 2005)