martes, 25 de octubre de 2011

Ajustes e indignados



Es posible describir las crisis económicas y sociales que sufren algunos países a partir de la siguiente secuencia:

a) Desajustes en la economía nacional.
b) Recurrencia a préstamos bancarios.
c) Intervención de organismos internacionales.

Como ejemplo de tal proceso mencionaremos a Grecia, país integrante de la Unión Europea, que ha presentado un serio problema al resto de las naciones. Los desajustes internos ocurridos pueden resumirse en la tendencia del Estado a gastar por encima de sus posibilidades. La ayuda social a cargo del Estado, no es criticable, siempre que se establezca mediante aportes económicos genuinos y cuya magnitud no supere al monto permitido por los valores ingresados mediante los distintos impuestos. De lo contrario, en el largo plazo, aparecerán situaciones de crisis que invalidarán la eficacia de tal ayuda.

En Grecia, como en muchos países, los políticos a cargo del Estado suelen incorporar a gran cantidad de empleados para desempeñarse en áreas gubernamentales. Como retribución por tales empleos, cada nuevo empleado, y su grupo familiar, apoyará al partido político que le permitió el ingreso, con votos favorables en las siguientes elecciones. De esta manera, incorporando empleados en gran cantidad, aunque sean totalmente improductivos, asegurarán por bastante tiempo el “éxito político” del partido que está en el poder. Suzanne Daley escribió:

“La fuerza laboral del Parlamento griego es tan numerosa, según una investigación local, que algunos empleados ni siquiera se molestan en ir a trabajar porque no hay suficiente lugar para sentarse”.

“Algunos expertos creen que Grecia podría lograr un considerable ahorro por medio de la reducción de su burocracia, que emplea a uno de cada cinco trabajadores del país, y que, según algunas estimaciones, podría ser recortada hasta un tercio de su actual volumen sin afectar materialmente los servicios que presta” (Del New York Times)

Este proceso, denominado “clientelismo”, es una forma de corrupción que a veces cuesta diferenciarla de la ayuda social cuando con ésta lo que en realidad se busca son votos y poder. Pero la economía de un país se verá afectada por esta situación, siendo necesarios finalmente los impopulares “ajustes”.

Posiblemente surja el interrogante acerca de cómo es posible que los políticos no tengan en cuenta que, en el largo plazo, la “distribución de las riquezas” mediante empleos públicos hará entrar al país en una severa crisis. Sin embargo, debemos recordar que los socialistas, por lo general, “no creen” en la validez de la ciencia económica y suponen que de alguna manera podrán evitar los problemas que puedan venir.

Como ninguna economía nacional puede funcionar aceptablemente teniendo un reducido porcentaje de la población realizando trabajos productivos, con la obligación de mantener a un importante sector de “trabajadores” improductivos, con sus respectivas familias, el Estado tiende a obtener recursos adicionales mediante la impresión excesiva de billetes, lo que producirá inflación, o bien deberá pedir préstamos a los bancos. Como la gran mayoría de los países de la Unión Europea tienen como moneda al euro, no pueden emitir moneda y entonces recurren a pedir préstamos bancarios, generalmente en el extranjero. Luego, al no poder pagarlos, debido a la ineficiencia de la economía nacional, trasladan la crisis a otros países de la región.

Para evitar las crisis regionales, deben intervenir organismos tales como el FMI (Fondo Monetario Internacional) que, lo primero que recomienda, es hacer ajustes reduciendo el gasto superfluo, algo que resulta bastante perjudicial para el “trabajador” improductivo ya que podrá perder su sueldo justamente en una época de severa crisis.

Por lo general, en la mente de la gente sólo aparece la “perversa intervención” del FMI que “sólo piensa en ayudar a los poderosos bancos” y “busca el sufrimiento del pobre trabajador”. Y entonces aparecen en escena grupos como los “indignados”. Pero no debemos olvidar el origen de la secuencia, cuando el gobierno socialista comienza a repartir riquezas a partir del Estado de beneficencia, cayendo pronto en el clientelismo y la corrupción. Y ese tipo de gobierno goza de bastante popularidad; se supone que incluso los indignados lo habrán votado.

También se critica al FMI por cuanto, si un Estado no puede pagar su deuda externa, aquel organismo actuará como “garante” y los bancos tendrán cierta seguridad de cobrar lo que prestaron. En caso contrario, sin ese garante, los bancos tomarían mayores precauciones al prestar dinero a los países con problemas y esto, quizás, haría de este tipo de crisis algo de menor envergadura.

Lo que resulta injustificado es el aprovechamiento de la situación de crisis para protestar, no contra las tendencias socialistas y el Estado benefactor, sino contra el neoliberalismo y contra EEUU. Si la secuencia descripta antes es la adecuada, al menos en lo esencial, no se nota una culpabilidad del neoliberalismo ni de los EEUU.

Es oportuno recordar que, luego de la caída del muro de Berlín, como un símbolo del socialismo, al marxista sólo le queda la esperanza de contemplar la caída del capitalismo como sistema y también la caída de los EEUU (ambos acontecimientos asociados a severas crisis mundiales). Es por ello que, en vez de culpar a los políticos socialistas por los descalabros económicos que comenten, transfieren la culpa a sus enemigos, aunque poco tengan que ver en el asunto.

Generalmente predomina la actitud totalitaria de “unificar al enemigo”. Sin embargo, no se tiene en cuenta que dentro de los EEUU también existen los indignados y los grupos con tendencias políticas bastante más cercanas al socialismo que al capitalismo, como es el caso del Partido Demócrata, al menos históricamente. Por otra parte, si queremos materializar lo que se denomina “sistema neoliberal”, podemos considerar su versión más exitosa, la Economía Social de Mercado, cuyos máximos exponentes, no sólo a nivel teórico sino también práctico, han sido economistas y políticos europeos, y no norteamericanos.

Puede describirse la actitud socialista como una especie de paranoia colectiva por la cual los individuos presentan sensaciones angustiantes como la de estar perseguidos por fuerzas incontrolables; lo que se conoce como manía persecutoria. Y si aparece alguna crisis en algún país, no dudarán un instante en asociarla a las “fuerzas del mal”, EEUU y el capitalismo, aunque, en realidad, poco tengan que ver con esa situación.

En cuanto a las recomendaciones que dan “las fuerzas del mal” (FMI) a los países en crisis, podemos mencionar las siguientes:

1. Disciplina fiscal
2. Reordenamiento de las prioridades del gasto público
3. Reforma impositiva
4. Liberación de las tasas de interés
5. Una tasa de cambio competitiva
6. Liberalización del comercio internacional
7. Liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas
8. Privatización
9. Desregulación
10. Derechos de propiedad (De “La idolatría del Estado”-Carlos Mira-Ediciones B-Buenos Aires 2006)

El autor del libro citado sugiere que, si les parece mal el conjunto de sugerencias mencionado, podrían intentar adoptar las medidas totalmente opuestas para observar su resultado.

De todas formas, no es descartar que el FMI cometa errores de la misma manera en que el médico puede equivocarse al tratar algún desarreglo cometido por su paciente. Pero no puede culparse al médico por la enfermedad que trata de eliminar. Así, Torcuato S. Di Tella y colaboradores escriben respecto de las intervenciones del FMI:

“Tal estructura funciona para los países más desarrollados, ya que la devaluación hace más competitivos los precios de sus exportaciones industriales y éstas pueden ser incrementadas a breve plazo; al mismo tiempo, sus importaciones son de tal naturaleza que pueden ser generalmente sustituidas por la producción nacional. Los sacrificios transitorios del «ajuste» no tienen así efectos recesivos y llevan a una rápida recuperación”.

“No ocurre lo mismo en los países menos desarrollados, y las consecuencias de este tipo de medidas son particularmente gravosas para las economías donde existe un sector industrial importante, como la Argentina y otros países de nivel «intermedio» de América Latina”. “En efecto, en tales países existe una necesidad relativamente alta de importaciones de insumos para la evolución de la industria, cuya restricción implica cierto grado de paralización industrial, la cual se propaga deprimiendo el conjunto de la economía, provocando desocupación e infraconsumo” (Del “Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas”-T. Di Tella. H. Chumbita. S. Gamba. P. Fajardo-Emecé Editores- Buenos Aires 2008).

Cuando algunos países fuertes son los que deben hacer importantes aportes monetarios para evitar la crisis de toda la región, habrán de surgir los auténticos indignados que ven como un país ordenado y serio debe hacerse cargo de la situación creada por la irresponsabilidad y la demagogia dominantes en otros países.

Resolver las situaciones extremas es algo que ha de quedar en manos de especialistas, pero el camino erróneo que lleva a las situaciones de crisis es algo que puede preverse y evitarse. Cuando en un pueblo sólo interesa el corto plazo o la situación personal de cada uno, se tiende a no contemplar la paulatina formación de crisis potenciales que podrán venir en el futuro. Al menos tengamos presente que nunca la demagogia y el populismo llevaron, en el largo plazo, a situaciones de efectivas mejoras económicas y sociales.