miércoles, 20 de enero de 2010

Chávez, el hombre más imprevisible

Por Andrés Oppenheimer

Antes de irme de Venezuela, y luego de intentarlo a través de varios conocidos comunes, logré una entrevista con el hombre que mejor conocía a Chávez: su mentor político y artífice de su ascenso al poder, Miquilena.

Miquilena había sido el padre intelectual de Chávez, el hombre que había organizado su primer viaje a Cuba, el jefe de campaña de su primera victoria electoral de 1998 y su todopoderoso ministro del Interior y presidente del Congreso hasta que había renunciado en 2002, por desacuerdos con su jefe.

Según me contó, se habían conocido poco después de la intentona golpista de 1992, cuando Chávez estaba en la cárcel. Cuando salió, se fue a vivir a la casa de Maquilena, donde permaneció durante cinco años, hasta ganar la presidencia en 1998. “Allí nos sentábamos a soñar de noche, a conversar sobre el país decente, el país humilde, el país sin ladrones, para abatir la miseria totalmente injustificada que el país estaba sufriendo, y sigue sufriendo”, recuerda.

Miquilena se había retirado del gobierno a mediados del 2002, frustrado por el hecho de que Chávez no siguiera su consejo de bajar el tono incendiario de sus discursos, que estaban volviendo en contra cada vez más a los sindicatos, a los empresarios, a la Iglesia y a los militares, y creando cada vez más enemigos del gobierno.

¿”Cómo definiría a Chávez”?, le pregunté a Miquilena. ¿Es un nuevo Castro, un Pinochet disfrazado de izquierdista, o qué? El ex padre intelectual de Chávez, intercalando anécdotas de sus casi diez años de trato diario con el Presidente venezolano, me lo describió como un hombre intelectualmente limitado, impulsivo, temperamental, rodeado de obsecuentes, increíblemente desordenado en todos los aspectos de su vida, impuntual, absolutamente negado para las finanzas, amante del lujo, y por sobre todas las cosas errático.

“Por el conocimiento que tengo de Chávez, es uno de los hombres más impredecibles que he conocido. Hacer cálculos acerca de él es verdaderamente difícil, porque es temperamental, emotivo, errático. Y porque no es un hombre bien amueblado mentalmente, ni un hombre con una ideología definida….está hecho estructuralmente para la confrontación. Él no entiende el ejercicio del poder como el árbitro de la Nación, como el hombre que tiene que establecer las reglas del juego y que tiene que manejar la conflictividad desde el punto de vista democrático. No está preparado para ello”, respondió.

¿Pero no acababa de decirme que Chávez compartía las ideas de Castro? “Sí y no”, respondió. Después de su primer viaje a Cuba en 1994, y del inesperado recibimiento que la había dado Castro, “Chávez decía que era interesante la experiencia de Fidel, que había sido exitosa. (Él veía) el éxito de Fidel como un éxito de orden personal, por el hecho de haber perdurado en el poder. Pero en ese momento, él era perfectamente consciente de que eso (Cuba) no tenía nada que ver con Venezuela, que el mundo de hoy no estaba para ese tipo de cosas”, dijo Miquilena.

“¿Y qué cambió después? ¿Se fue radicalizando con el tiempo?”, pregunté. Miquilena dijo que la dinámica de los acontecimientos fue llevando a Chávez cada vez más cerca de Castro, pero más por motivos que tenían que ver con su temperamento que ideológicos. Quizás, el narcisismo de Chávez lo había llevado a una retórica cada vez más confrontacional –y cercana a Castro- porque eso era lo que le generaba la mayor atención mundial y le permitía proyectarse como un líder político continental. Cuanto más “antiimperialistas” eran sus discursos, más grandes eran los titulares, y más gente en los movimientos de izquierda latinoamericanos lo tomaban en serio. Y, simultáneamente, cuanto más evidente se hacía el deterioro político de Venezuela, más necesitaba de una excusa externa para explicarlo, y nada caía mejor en la región –especialmente con Bush en el poder- que culpar a EEUU por “agresiones” reales e imaginarias. Y, finalmente, “Fidel le había metido en la cabeza desde un principio la idea de que lo iban a matar”, dijo Miquilena. Por eso Chávez comenzó a asesorarse con la guardia personal de Castro y a aceptar gradualmente cada vez más cubanos en sus organismos de seguridad e inteligencia. Cuando se produjo el paro petrolero de 2002, los cubanos habían enviado técnicos e ingenieros para ayudar al gobierno a superar el trance. Y una vez consolidado en el poder, Chávez había aceptado gustosamente los 17 mil maestros y médicos cubanos, que le permitían proveer atención médica y educación en las zonas más rezagadas del país.

Pero Chávez nunca había tenido una ideología muy definida, ni un plan a largo plazo, porque era un hombre fundamentalmente indisciplinado, decía Miquilena. Su estilo de gobernar era casi adolescente. Llamaba a sus ministros pasadas las 12 de la noche para contarles una idea brillante que se le acababa de ocurrir, daba instrucciones para todos lados, todos le decían que sí, y nadie jamás le daba seguimiento a sus órdenes. Después, cuando las cosas no funcionaban, cambiaba los ministros. No era casual que, en cinco años de gobierno, hubiera hecho ochenta cambios de ministros.

“Él está rodeado de los que en el ejército llaman ‘ordenanzas’. No tiene ninguna posibilidad de que haya alguien a su alrededor que lo contradiga”, recordó Miquilena. Arcaya, el ex embajador de Chávez en Washington, que había sido su ministro de Gobierno y Justicia, me había contado poco antes que Chávez solía llamarlo tarde en la noche, a veces hasta las 4 de la mañana, con algún pedido del que casi invariablemente se olvidaba al día siguiente. “Yo le dije una vez: ‘Hugo, el principal causante de la desorganización eres tú’”, recordaba Arcaya. “Él preguntó: ¿porqué dices eso? Bueno, porque le pides a un ministro que te prepare un informe sobre la educación, que te prepare un sancocho, que vaya un momentito a los EEUU a hablar con el banco, que regrese y lleve a los niños a un juego de béisbol. Y eso no se puede hacer. Te van a decir, por supuesto, señor presidente, y después no van a hacer nada”.

Aunque Chávez trataba mucho mejor a Miquilena que al resto de sus ministros, el todopoderoso ministro del Interior también había sufrido las consecuencias del caos en el gobierno. “Es el hombre más absolutamente impuntual que te puedas imaginar, para todo. No tiene un horario para nada, no preside el gabinete, va a su oficina cuando quiere”, recordaba Miquilena. Y trataba pésimo a sus colaboradores. “El trato mismo que les da a sus subalternos es un trato despótico, un trato humillante. Los humilla. A un gobernador, delante de nosotros, altos funcionarios, le dijo en una oportunidad que era una porquería, que no servía para nada, que ‘usted se me va inmediatamente de aquí’”, señaló Miquilena. “Después, reconoce que comete errores, se da cuenta que lo ha hecho mal….pero al rato vuelve a hacerlo”.

En el manejo económico del gobierno, Chávez operaba con total arbitrariedad, como si manejara una hacienda personal. No tiene idea en materia de finanzas. Absolutamente ninguna regla de control. De golpe manda: “Dale la banco tal tanto millones”, decía Miquilena. Pocos días atrás, Chávez había dado un discurso ante el Banco de la Mujer, y le habían presentado un plan que le había gustado. “Esto está muy bueno. Están haciendo una gran labor. ¿Hay algún ministro aquí? ¿Alguien de la Casa Militar? Ah, González, bueno, anótame ahí, para darle 4 mil millones a este banco”, había dicho el presidente venezolano, en una escena televisada por cadena nacional. Y esto sucedía todos los días, decía el ex ministro del Interior.

Antes de dar por terminada la entrevista, no pude menos que volver a plantear la pregunta de fondo, la que me venía haciendo desde mi llegada a Venezuela. ¿Quién tenía razón? ¿Petkoff, que decía que en Venezuela no se estaba gestando una dictadura sino “un proceso de debilitamiento de las instituciones para fortalecer a un caudillo”, o Garrido, que decía que Chávez estaba implementado un plan gradual de control absoluto del poder, perfectamente planeado, que desde un inicio había previsto duraría veinte años a partir de su llegada a la presidencia? “Creo que Garrido supone que Chávez es un hombre ideológicamente estructurado, formado para tomar ese camino. Difiero con él en eso. Creo que lo que tiene Chávez en la cabeza es un revoltillo de cosas, y que se deja llevar por lo que va ocurriendo cada día. Es un hombre puramente temperamental…..Su norte es permanecer en el poder…No tiene la disciplina, ni una teoría clara de adónde va”, concluyó Miquilena.

Poniendo en la balanza lo que decía Petkoff y lo que me había dicho Miquilena en Caracas, me convencí más que nunca de que Chávez era lo que siempre sospeché: un militar intelectualmente rudimentario pero sumamente astuto, aferrado al poder, cuyo éxito político se debía en buena parte a que los precios del petróleo se habían disparado por las nubes durante su mandato. Su mesianismo era casi paralelo a los índices del precio del petróleo. A mediados de 2005, cuando el crudo costaba en más de 60 dólares por barril, Chávez se presentaba como el redentor de Venezuela tras quinientos años de opresión.

Quizá quien me había hecho la mejor descripción ideológica de Chávez era Manuel Caballero, uno de los principales intelectuales de la izquierda venezolana. Al igual que Petkoff y Miquilena, Caballero me había sugerido tomar con pinzas el izquierdismo de Chávez, y verlo más como un militar populista que como un ideólogo de izquierda. Después de observarlo de cerca durante años, Caballero concluyó: “Chávez no es comunista, no es capitalista, no es musulmán, no es cristiano. Es todas esas cosas, siempre que le garanticen quedarse en el poder hasta 2011”.

(Extractos del libro “Cuentos chinos” de Andrés Oppenheimer – Editorial Sudamericana SA – Buenos Aires 2005)

1 comentario:

OMIX dijo...

Che, que berretada.

Antes los gorilas eran ilustrados, ahora vienen devaluados.
El experimento peronista es singular, el fascismo (nazi-fasciso si querés) es casi un sentimiento de clases medias de paises que perdieron la primer guerra mundial, algo que los ganadores de las guerras explican como similar al "resentido" que escuchamos por ahi en las clases medias altas de nuestro pais al referirse a morochos provocadores e irrespetuosos como yo. Pero eso hay que tomarlo con pinzas, que la historia la escriban los que ganan, no quiere decir que tengamos que tragarnosla.

En cambio el peronismo (Perón) apunta en primer término a la clase obrera, ve un desencaje entre socialismos nacionales (las experiencias fascistas intentaban ser un freno del comunismo sin caer en el capitalismo sin limites y cayeron en exageraciones peores) en lugar de "asentarse" sociologicamente en el obrero lo hicieron en clases que se espejaban en las clases superiores, aqui les decimos "medio pelo" y ademas de paises derrotados en la guerra, es decir con grandes problemas para verse en el espejo y no sentirse humillados.
En latinoamerica, los experimentos populistas, reflejaron esa tendencia, pero Perón no.

Perón no cometió ese error, por eso el anclaje no es en los sectores medios y el clivaje principal (al decir del quebecois Pierre Ostiguy) en nuestro pais no es izquierda derecha, sino peronismo antiperonismo, que no pierde vigencia. Y ademas nuestro pais no tenía el "honor nacional" mansillado por la derrota en guerra, nada que ver, no fuimos a la guerra.
Después si querés seguimos hablando de diferencias y similitudes (que tambien las tiene) con el fascismo y tambien con el capitalismo y tambien con el comunismo.

Con respecto a los nazis que vinieron despues de la guerra, podés ir a la embajada yanqui a protestar tambien, por que ellos los llevaron por miles.