martes, 14 de julio de 2009

Así somos...y así nos va

El desarrollo económico como meta deseada: El querer lograr una meta no se da por satisfecho con sólo decirlo. Se necesitan conductas concretas que, siendo funcionales a la obtención del objetivo, nos permitan decir que realmente lo queremos. Decir que queremos tener un Mercedes Benz, pero conformarnos con los patrones de trabajo y de productividad que nos arrojan resultados compatibles con un Fiat 600 no es querer un Mercedes Benz. Querer es hacer cosas compatibles con la obtención de la meta querida. Donde sea lea «no quiero hacer esas cosas», debe leerse «no quiero la meta».

Sistema ético: La laxitud ética tampoco es amiga del desarrollo económico. El relativismo y la sensación de que todo da más o menos lo mismo, atentan contra las bases más elementales de la justicia, y en un clima injusto el desarrollo no sucede. El desarrollo económico requiere un imperio inicial del sentido del bien por sobre el mal.

Actitud hacia el trabajo: Alberdi ya detectaba lo que él llamaba «pauperismo mental» como un serio enemigo cultural de su proyecto de Constitución de 1853. El temor era bien simple: si una mayoría decisiva de argentinos «compraba» el discurso de que los individuos no son capaces por sí de buscar su felicidad y su realización en la vida, serían presa fácil de los demagogos que les vendieron paquetes «llave en mano» de vida resuelta a cambio de su esclavitud política y económica. Desgraciadamente, ese miedo alberdiano ha sido verificado.

Constancia: La capacidad de los argentinos para mantener una constante y repiqueteante actitud de acumulación que perdure en el tiempo no alcanza los niveles necesarios para que el desarrollo se produzca. Tenemos una constante tendencia a comenzar. Nos gustan los amaneceres, pero no la seguidilla de días. Nos gusta la novedad, pero no el esfuerzo rutinario. Confundimos «inauguración» con «innovación».

Responsabilidad propia: Como país, la tendencia a buscar en el afuera las causas de nuestra pobre performance han alcanzado incluso el nivel de la elaboración de teorías socioeconómicas que buscan encontrar un responsable. Así, la «teoría de la dependencia», la del «deterioro de los términos del intercambio», la del «imperialismo yanqui» son algunas de las que se han elaborado con base intelectual para tratar de encontrar un justificativo racional al misterio argentino.

Preferencia del individuo o de lo colectivo: La preeminencia valorativa de lo colectivo por sobre lo individual, anula el desarrollo económico. Si se cree que una superestructura colectiva debe controlar los movimientos individuales para que nadie asome la cabeza por sobre un nivel teóricamente «tolerado», lo que se conseguirá será pobreza, miseria e indignidad.
El miedo -o la envidia- de ver a algunos argentinos creciendo (y diferenciándose de los demás) más rápido que otros, nos ha llevado a aceptar la sujeción a esta estructura colectiva (el Estado) que es la única a la que le reconocemos la capacidad de enriquecerse a nuestra costa, a cambio de que nuestro vecino no lo haga a una velocidad mayor que la nuestra.

Reparos hacia “lo grande”: Es por demás común en la Argentina soslayar el valor de lo grande. Es muy evidente, por ejemplo, cómo en los discursos públicos de los dirigentes se eluden las referencias a las «grandes empresas» y cuando no les queda otro remedio que referirse a las empresas lo hacen con la aclaración de que hablan de las «pequeñas y medianas».
La vocación por el pensamiento pequeño es muy notoria en la Argentina de hoy. La preferencia por lo «modesto» contrasta con la grandilocuencia de lo que el argentino se cree de sí mismo y de lo que en él observara Ortega y Gasset hace casi ochenta años.

El aniquilamiento de los sueños: Resulta, francamente, increíble que los pobres creyeran que un sistema que venía a dar vuelta su historia de miseria (el liberalismo de la Constitución) fuera su enemigo y, por el contrario, fuera un aliado de los ricos. Esta claro que creyeran eso era del mayor interés del Estado y de los burócratas porque, mientras lo creyeran, ellos seguirían haciendo negocios con los ricos y tirando migajas de limosna a los pobres para hundirlos en su creencia de que, sin ellos, morirían de hambre.

Un ejemplo vale más que mil palabras: Pues bien, ¿por qué creyeron que a una actitud fuerte y represiva contra los que se apoderan de los espacios públicos le seguiría un castigo de la sociedad en las urnas? La respuesta a esta pregunta es obvia: porque el gobierno cree –no sin razón- que una mayoría social, a pesar de que no comparte los métodos extremos de los piqueteros, tiene en común con ellos un pensamiento de base. Esa convicción cultural de la sociedad es la que explica no sólo la actitud del gobierno frente a estos hechos, sino también porqué el país se encuentra en la situación de miseria y decadencia que lo acompaña hace 80 años. ¿Cuál es ese convencimiento?: que la riqueza es un concepto estático, finito y a la que se accede por apoderamiento. La riqueza, para la sociedad argentina, no es el fruto de la generación, ni su creación es infinita, ni su titularidad inestable. El resultado de la riqueza, para la enorme mayoría de los argentinos, es un juego de suma cero: lo que no tiene uno, lo tiene otro; la razón por la que a algunos les faltan cosas es porque esas cosas las tienen otros; el camino para que los que no tienen tengan es sacarle a los que tienen lo que tienen.

Dos tipos de moral: Si los hombres comunes cargan con la culpa inconsciente de que, si piensan en sí mismos, están traicionando el ideal colectivamente demandado, es obvio que menguarán sus esfuerzos para mejorar individualmente su condición. La suma de millones de hombres renunciando a mejorar individualmente porque lo consideran moralmente negativo, priva al desarrollo de su mejor motor.
Las sociedades que tienen esta convicción intentarán reemplazar el motor individual del desarrollo por uno colectivo. Así, depositarán en una superestructura las responsabilidades de armar desde arriba un conjunto de condiciones que mejoren el nivel de vida de todos sin atentar contra el imperativo moral de la abnegación.

La democracia de masas: La diferencia entre el mundo civilizado y la Argentina es que el primero venció ese fenómeno (nazifascismo) y la Argentina lo adoptó con fervor. La derrota del nazifascismo europeo encontró aquí una segunda oportunidad para implementar un esquema devaluado del vencido en la guerra. Así, el valor del individuo fue reemplazado por el del “hombre masa” argentino movido por instintos y pasiones, alejado de la razón y del entendimiento. Obviamente, ese proceso fue estimulado desde el poder que no vaciló en apelar a los más bajos sentimientos para reinar a fuerza de la división y el odio.
Esta nueva “colonia” –copia del esquema español del Virreinato- prohibió, en la práctica, la actividad individual y la aventura personal de vivir de acuerdo al plan de vida de cada uno. El Estado pasó a ser el diseñador directo o indirecto del plan de vida de todos. La disposición constitucional del derecho a ejercer toda industria lícita fue removida, de hecho, por la transformación en ilegal de un sinnúmero de actividades cuyo ejercicio pasó a ser monopolio del Estado.

Peligro que ocasiona el abuso del concepto de justicia distributiva: Intentar una explicación económica del delito por la vía de justificar (o explicar) la delincuencia como una especie de consecuencia lógica de la pobreza puede llevar a la sociedad a experimentar hechos constantes de desasosiego al encontrar los delincuentes casi una licencia sociológica que justificaría y explicaría su accionar.
Este peligro se ha verificado y profundizado en la Argentina de los últimos años. Una extendida ola de explicadores profesionales de la delincuencia han deslizado la idea de que la sociedad injusta ha marginado a los pobres y que éstos han salido a la calle, cargados con armas y municiones, para arrancar lo que creen que otros le privaron de disfrutar. Acto seguido, casi justifican ese accionar como la consecuencia de situaciones sociales de privaciones que parecerían justificar el robo, el asesinato, el secuestro y hasta la violación. Para estos “cráneos”, esas acciones vendrían a “equiparar los tantos” de una Justicia Divina a la que se ha desconocido.


(De "Así somos...y así nos va" de Carlos Mira - Ediciones B Argentina SA - Bs.As. 2006)

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