miércoles, 15 de julio de 2009

Factores que favorecen y que atrasan el progreso

Por Mariano Grondona

Una tipología cultural del desarrollo económico: Cuando el ciclo que se inicia con el trabajo y culmina en la reinversión ha dado algún fruto y la gente se siente más rica, puede sentirse inclinada a trabajar menos. Por otra parte, el consumo puede crecer a un ritmo que reduzca el superávit, de modo que el desarrollo se convierta en enriquecimiento. Además, incluso si el superávit aumenta, la Nación puede decidir no convertirlo en inversión productiva. Puede, en cambio, gastarlo en esas prioridades ante las que las naciones suelen sucumbir, como son los monumentos a sus líderes, las guerras para adquirir prestigio, los planes de asistencia social utópicos o la corrupción descarada. Las naciones pueden, asimismo, verse tentadas a preservar su etapa de desarrollo mediante estrategias proteccionistas o políticas que desalienten los emprendimientos y las inversiones.

Cada vez que aparece una tentación crucial, el país puede evitarla o caer en ella. Así, podemos definir el proceso de desarrollo económico como una secuencia interminable de decisiones favorecedoras de la inversión, la competencia y la innovación que se toman siempre que se presenta la tentación de apartarse del rumbo. Sólo las naciones que cuentan con un sistema de valores tendiente a resistir la tentación en la toma de decisiones son capaces de lograr un desarrollo rápido y sostenido.

¿Porqué una nación va a tener que seguir actuando como si fuera pobre una vez alcanzada la riqueza? La revolución del desarrollo económico se produce cuando la gente sigue trabajando, compitiendo, invirtiendo e innovando, incluso cuando ya no lo necesita para ser rica. Esto es posible sólo cuando los valores que se persiguen, que promueven la prosperidad, no se disipan con la llegada de la prosperidad.

Pero los valores intrínsecos para el desarrollo sostenido, aunque sean no económicos, no deben ser antieconómicos. Deben ser no económicos y pro económicos al mismo tiempo. Al ser no económicos, no se agotarán con el éxito económico; al ser pro económicos, impulsarán sin cesar el proceso de acumulación.

La paradoja del desarrollo económico es que los valores económicos no son suficientes para garantizarlo. El desarrollo económico es demasiado importante como para confiárselo exclusivamente a los valores económicos. Los valores que una nación acepta o descuida pertenecen al campo cultural. Podemos decir, entonces, que el desarrollo económico es un proceso cultural.

Factores culturales en oposición

Religión: Allí donde predomina la religión publicana (católica, por ejemplo) el desarrollo económico será difícil porque los pobres se sentirán justificados en su pobreza y los ricos estarán incómodos porque se verán como pecadores. Por el contrario, los ricos, en las religiones farisaicas (protestantismo), celebran su éxito como prueba de la gracia de Dios, y los pobres contemplan su condición como condena divina. Tanto ricos como pobres tienen un fuerte incentivo para mejorar su condición mediante la acumulación y la inversión.

Confianza en el individuo: El motor principal del desarrollo económico es el trabajo y la creatividad de los individuos. Lo que los induce a esforzarse e inventar es el clima de libertad que les permite controlar su propio destino. Si los individuos sienten que otros son responsables de ellos, su esfuerzo decae. Si los demás les dicen qué tienen que pensar y en qué tienen que creer, la consecuencia es la pérdida de la motivación y la creatividad, o bien la elección entre sometimiento o rebelión. No obstante, ni la sumisión ni la rebelión generan desarrollo. La sumisión deja a la sociedad sin innovadores, y la rebelión desvía las energías del esfuerzo constructivo a la resistencia, sembrando obstáculos y destrucción.
Confiar en el individuo, tener fe en el individuo, es uno de los elementos de un sistema de valores que favorecen el desarrollo.

El imperativo moral: Existen tres niveles básicos de moralidad. El más elevado es el altruismo y la abnegación: la moralidad de los santos y de los mártires. El más bajo es la delincuencia: el desprecio por los derechos ajenos y la ley. La moralidad intermedia es lo que Raymond Aron llama “egoísmo razonable”: el individuo se comporta de una manera que no es santa pero tampoco delincuente, y busca razonablemente su propio bienestar dentro de los límites de la responsabilidad y la ley.

Dos conceptos de riqueza: En las sociedades en las que se resisten al desarrollo, la riqueza, por sobre todo, consiste en lo que existe; en las sociedades que lo favorecen, la riqueza, por sobre todo, consiste en lo que todavía no existe. En el mundo subdesarrollado, la riqueza principal reside en la tierra y lo que de ella se deriva. En el mundo desarrollado, la riqueza principal reside en los prometedores procesos de innovación.
En las colonias británicas de América del Norte, las tierras deshabitadas estaban a disposición de quienes querían trabajarlas. En las colonias españolas y portuguesas del sur, la Corona reclamaba todas las tierras para sí. Desde el comienzo, la riqueza perteneció a aquellos que ostentaban el poder. De ahí que la riqueza no provino del trabajo sino de la capacidad de obtener el favor del rey.

Dos puntos de vista sobre la competencia: La necesidad de competir para alcanzar la riqueza y excelencia caracteriza a las sociedades que favorecen el desarrollo, no sólo en lo económico sino en todos los ámbitos de la sociedad. La competencia es esencial para el éxito de la empresa, el político, el intelectual, el profesional. En las sociedades que rechazan el desarrollo, se condena la competencia como forma de agresión. Lo que se supone que debe sustituirla es la solidaridad, la lealtad y la cooperación. La competencia entre empresas es reemplazada por el corporativismo. Las políticas giran en torno al caudillo, y la vida intelectual tiene que adaptarse al dogma establecido. La competencia se admite sólo en los deportes. En las sociedades que no favorecen el desarrollo, los puntos de vista negativos sobre la competencia reflejan la legitimación de la envidia y la igualdad utópica. Aunque esas sociedad critican la competencia y ensalzan la cooperación, ésta suele ser menos frecuente allí que en las sociedades “competitivas”. De hecho, se puede decir que la competencia es una forma de cooperación en la que ambos competidores se benefician del hecho de verse obligados a dar lo mejor de sí, como en los deportes. La competencia alimenta la democracia, el capitalismo y el disenso.

Dos nociones de justicia: En las sociedades resistentes, la justicia distributiva se ocupan de los que están vivos ahora –un hincapié en el presente que también se refleja en la tendencia a consumir en vez de ahorrar. La sociedad favorable tiende a definir la justicia distributiva como aquella que también abarca los intereses de las generaciones futuras. En dichas sociedades, la propensión a consumir suele ser menor y la tendencia a ahorrar, mayor.

El valor del trabajo: El trabajo no es muy valorado en las sociedades que rechazan el progreso, y esto refleja una corriente filosófica que se retrotrae a los griegos. El empresario es sospechoso, pero el obrero un poco menos porque tiene que trabajar para sobrevivir. En la cima de la escalera del prestigio están los intelectuales, los artistas, los políticos, los líderes religiosos, los líderes militares. Una escala similar de prestigio caracterizó al cristianismo hasta la Reforma. Sin embargo, como observó Max Weber, la Reforma, y en especial la interpretación que el calvinismo hizo de ella, invirtió la escala de prestigio, consagrando la ética del trabajo.

El tiempo: Hay cuatro categorías de tiempo: el pasado, el presente, el futuro inmediato y el futuro lejano. Las sociedades avanzadas ponen sus ojos en el futuro próximo; el único marco temporal que puede controlarse o planificarse. La característica de las culturas tradicionales es la exaltación del pasado. Cuando la cultura tradicional se centra en el futuro, lo hace en el futuro distante, escatológico.

Autoridad: En las sociedades racionales, el poder reside en la ley. Cuando se ha establecido la supremacía de la ley, la sociedad funciona según la racionalidad atribuida al cosmos. En las sociedades rechazantes, la autoridad del príncipe, del caudillo o del Estado es similar a la de un Dios irascible e impredecible.

La visión del mundo: En la cultura progresista, la vida es algo que yo voy a hacer que suceda: soy el protagonista. En la cultura resistente, la vida es algo que me sucede; debo resignarme a ella.

(De “La cultura es lo que importa” de Samuel P. Huntington, Lawrence E. Harrison y colaboradores – Grupo Editorial Planeta SAIC – Buenos Aires 2001)


No hay comentarios: