martes, 14 de julio de 2009

Contracultura


Contracultura: La contracultura alcanza su culminación en la contrapedagogía. Llamo así al conjunto de ideas que, en forma directa e indirecta, contribuyen al debilitamiento de la función que considero primordial en la pedagogía, que es la transmisión del saber, de la cultura y de los mecanismos que hacen posible su renovación, en un sentido que apunte a una mayor calidad de los productos y a una mayor elevación del espíritu.

Educación: El hecho es que, con la óptica de la educación permanente y en el presente estado del saber humano, cada vez constituye un abuso mayor del término dar al enseñante el nombre de maestro, cualquiera que sea el sentido que se le dé a la palabra entre sus múltiples acepciones. Está claro que los enseñantes tienen cada vez menos como tarea única el inculcar conocimientos, y cada vez más el papel de despertar el pensamiento. El enseñante, al lado de sus tareas tradicionales, está llamado a convertirse cada día más en un consejero, un interlocutor; más bien la persona que ayuda a buscar en común los argumentos contradictorios, que la que posee las verdades prefabricadas; deberá dedicar más tiempo y energías a las actividades productivas y creadoras: interacción, discusión, comprensión y estímulo.

Si se pretende con esto dejar en manos del alumno la selección de temas, métodos y vías de confirmación o refutación, esperando que llegue por sus propios medios a descubrir todo el saber científico acumulado durante dos mil años, desde el teorema de Pitágoras hasta las teorías modernas de la constitución de la materia y de la genética, entonces se producirá una decadencia generalizada en la transmisión de la cultura y en poco tiempo la humanidad volverá, en el mejor de los casos, a la beatífica armonía de la era pre-industrial, en las cuales las relaciones de dominación se hallaban sólidamente establecidas.

Me parece que una de las principales tareas del enseñante actual consiste en idear las formas adecuadas para transmitir una mayor y más compleja masa de información a una gran cantidad de gente. Este problema no se resuelve con animadores sonrientes y felices que «ayuden a buscar en común los argumentos contradictorios». Con el método de los animadores sonrientes la cantidad de información que se logrará transmitir será cada vez menor y la educación marchará hacia atrás.

Igualitarismo a ultranza: Una de las consecuencias más desopilantes de la ideología activista-creativista-anticonsumista es la pretensión de suprimir por medio de consignas revolucionarias ciertas diferencias objetivas que la realidad se empeña en mantener. En términos generales, esta pretensión se puede describir diciendo que se aspira a suprimir las diferencias entre el emisor y el receptor de un mensaje, entre el maestro y el alumno, entre el estimulador y el estimulado, advirtiendo que todas estas diferencias están basadas en la relación dominante-dominado. El grado de penetración de esta ideología “igualitarista” y borradora de diferencias es enorme.

Se les pide a los docentes que se limiten a “estimular” a los alumnos para que éstos planteen y resuelvan los problemas, como si todo fuera cuestión de resolver problemas, como si no se necesitara el contacto directo con las grandes obras de la cultura, y como si fuera posible que los alumnos llegaran siquiera a sospechar la existencia de los problemas más interesantes y fecundos sin haber adquirido previamente una formación sólida que ningún espontaneísmo puede proveer, aunque se empleen los más maravillosos estímulos.

Entronización del narcisismo y desestabilización de las democracias occidentales: Parece que estas democracias se van a caracterizar, en la última década del segundo milenio, por un snobismo permisivo que las colocará al borde de la autodisolución. Parte de este snobismo consiste en fomentar hasta la insensatez la “creatividad” de cualquier cosa, la “expresión personal” de cualquier tontería. Los psicólogos del permisivismo suponen que, de este modo, se alivian las presiones autoritarias que esclavizan al individuo.

La contrapartida de esta supuesta lucha contra un autoritarismo que, en las democracias occidentales, hace rato que perdió los dientes y las uñas, es el ascenso del protagonismo personal a todo trance, hasta llegar al más desesperado narcisismo: cada uno quiere ser creador, investigador, autónomo, autodidacto, emancipado de la tutela de las academias, de las escuelas y de los maestros. Se marcha así, bajo el estandarte de la liberación social y personal, hacia un neo-individualismo patológico que, por su carácter eminentemente contracultural, amenaza desde fuera y desde dentro la estabilidad de las democracias occidentales.

Autocomplacencia: Si alguna vez se discuten o se mencionan las grandes obras de la cultura, se lo hace únicamente con el objeto de valorar el sentimiento espontáneo que aquéllas producen en el espíritu del que se detiene a contemplarlas. Igualar mis modestas reacciones con las del experto es un acto de arrogancia y de autocomplacencia característico de la contracultura, que de este modo contribuye a la formación de espíritus soberbios y consentidos.

El todo vale: La doctrina del todo vale ha resultado ser un excelente caldo de cultivo para la mediocridad. Seres minúsculos pero audaces, que no están dotados para desarrollar tarea alguna en la que haga falta un mínimo de talento, pasan por creadores originales y reciben honores, cuando no también dinero. Si se proclaman pintores o escultores (a esta altura es más o menos lo mismo) se dedican a exhibir objetos seleccionados en un basural y arrancan alaridos de aprobación de los críticos vanguardistas, mientras el público calla por temor a recibir una calificación intelectual denigrante.

La dilución de las culpas: Uno de los argumentos favoritos de los ideólogos de la desestructuración en el ámbito de la justicia, consiste en afirmar que el delincuente no es el verdadero culpable, sino que siempre hay alguien detrás de él, alguien más poderoso y en consecuencia perteneciente a clases sociales más altas, y además detrás de éste hay otro, y finalmente se llega a la estructura social propiamente dicha. Así, la culpabilidad del delincuente se diluye en el océano de un orden social supuestamente injusto.

(De "Cultura y contracultura" de Jorge Bosch - Emecé Editores - Bs.As 1992)

No hay comentarios: